En el conjunto de la clase obrera, en el campesinado medio y pobre y otros sectores explotados está la posibilidad real de cambiar el mundo.
Edgar Isch López
Fonte: CLAE
Data original da publicação: 28/04/2022
El 1 de mayo se realiza el homenaje a una clase social, la de los trabajadores, la de los que dan vida a la sociedad. Se trata de un día para considerar las lecciones históricas y las proyecciones futuras, observar el nivel de su organización y las capacidades de lucha.
En este año, el contexto marcado por las mayores pugnas interimperialistas, que se expresan en inestabilidades de dominio económico y unas siete guerras en el mundo, siendo la de Ucrania la central, es parte de la crisis multilateral del capitalismo.
La crisis, aunque tiene expresiones diferenciadas en cada país, también tiene rasgos comunes. Incluye la sobre producción relativa de mercancías, mayor desempleo y flexibilización laboral, estanflación a la puerta y amenaza de hambrunas regionales. Los propios voceros de las clases dominantes demuestran que no tienen una salida que les de gobernabilidad y que las contradicciones se incrementarán en el futuro.
En estos momentos es que se presenta un nuevo capítulo de la novela llamada “adios a la clase obrera” o, al menos, la supuesta reducción continua en número e influencia. El actual hace insistencia en que las nuevas tecnologías llevan inmediatamente a prescindir del trabajo humano. Concomitantemente, señalan que los problemas sociales son un asunto de tecnología y no de política, dejando esta en manos de los mismos de siempre.
La insistida reducción se contradice con los datos reales. Si nos basamos en la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la fuerza de trabajo ha crecido en un 25% entre el 2000 y el 2019. Para 2021, el número de empleados era de 3.471 millones, frente a 2.766 en el año 2000. Los asalariados, 1.150 en el 2000, pasaron a 1.753,6 millones en el 2019. Como se ve, la fuerza de trabajo es hoy mayor a cualquier otro momento de la historia.
Si se observa por sectores, en la industria trabajaban 542,7 millones en el 2000 y sube a 750 millones en el 2019 (luego hay una caída parcial motivada por la pandemia); en servicios, el crecimiento es mayor, pasando de 1.029 en el 2000 hasta 1622 en 2020; y, el único sector que decrece es el agrario, donde trabajaban 1.047 millones en el 2000 y baja a 873,8 en el 2020. El trabajador industrial ha crecido en número, a lo que se debe añadir el proletariado de las agroindustrias, trabajadores por cuenta propia y desempleados. No hay nada que diga que en el mundo del trabajo haya una menor presencia laboral, sino todo lo contrario.
La producción y los servicios necesarios para que se materialicen las mercancías nos permiten observar que hay una relación íntima, inseparable entre los servicios y la fabricación de bienes. En esta realidad es que se puede también ratificar, una vez más, que el número de trabajadores y trabajadoras que realizan trabajo productor de plusvalía mantiene su crecimiento. Aquí, otra importancia vital de las clases trabajadoras: sin ellas no hay producción, no hay crecimiento, no hay desarrollo (independientemente de la concepción del mismo), no hay sociedad que camine.
Las nuevas formas de trabajo, como la uberización, flexibilización, fragmentación del espacio-tiempo laboral, entre otras cosas son mecanismos de utilización de la fuerza de trabajo desconociendo los derechos laborales, pero dando continuidad a la generación de plusvalía apropiada por el empleador, a la que en muchos casos hay que añadir ganancias o pérdidas en la ruleta de las burbujas financieras. A pesar de su crecimiento, no han marcado un cambio general de las tendencias y realidades laborales.
Clase obrera y reconocimiento de derechos sociales
Es necesario señalar que los y las trabajadoras no están solo en medio de las contradicciones fundamentales de clase provenientes del mundo laboral, sino que viven también las expresiones de las inequidades de carácter étnico o cultural, de género, generacionales y otras. Esto conduce a pensar en la vida de las clases trabajadoras de una manera amplia, ligada a la lucha por cada uno de los derechos humanos. Y de hecho así ha sido, con dificultades, avances y retrocesos.
Del mismo modo, hay que señalar que el crecimiento de la clase obrera se presenta en medio de cambios diversos. Varios de ellos por el cambio tecnológico, otros por estilo de organización empresarial y finalmente los que dependen de la correlación de fuerzas en la lucha por los derechos.
Es fundamental considerar que el conjunto de derechos sociales tiene a la lucha obrera como un factor clave de éxito. Un estudio fundamental que lo demuestra es el de Pippa Norris: Driving Democracy, Do Power-Sharing Institutions Work? Allí analiza y coteja las mayores protestas en 150 países desde 1900 hasta 2008.
Su hallazgo fundamental es que cualquier proceso democratizador y lucha por derechos y libertades, depende de qué sector social es el que dirige las protestas. La diferencia entre si son los sectores medios urbanos o si se trata de los trabajadores industriales, estatales y campesinos, es muy significativa.
“Esto es lo que encontramos: los trabajadores industriales han sido agentes clave de la democratización y, en todo caso, son aún más importantes que las clases medias urbanas. Cuando los trabajadores industriales movilizan la oposición masiva contra una dictadura, es muy probable que siga la democratización y sea derrotada la dictadura”.
La diferencia, entonces, está en la medida y forma de participación de la clase obrera, especialmente industrial donde se concentra el proletariado. Su disciplina laboral, su organización independiente de los intereses de las clases dominantes, sus redes de solidaridad, son parte de los factores de éxito de sus luchas.
La evidencia empírica de este estudio mundial se puede sumar a las de cada país. Ya no solo es un problema de cantidad, es un problema de la calidad de su presencia de clase. En la medida que la conciencia de la misma crezca, que construya y fortalezca sus organismos políticos de clase, los cambios históricos posibles son aún mayores.
A ello podríamos añadir ahora la importancia, por ejemplo, de los trabajadores del cuidado. Sin ellos y ellas habría sido imposible superar la pandemia. Y el campesinado que mantuvo la alimentación del mundo o los trabajadores de servicios e información, todos y todas demostraron que sin trabajadores no hay ningún funcionamiento de sistema social alguno.
En el conjunto de la clase obrera, en el campesinado medio y pobre y otros sectores explotados está la posibilidad real de cambiar el mundo. Si alguien dice que la clase obrera ha muerto, podríamos repetir aquello de que se trata de un muerto con muy buena salud.
Edgar Isch López es académico y exministro de Medioambiente de Ecuador