La CGT y el sindicalismo en el siglo XXI

La situación ideal para el empresariado es que no haya sindicato y si ello no es posible, considerado como un mal inevitable, que se mantenga lo más distante de cualquier intervención que se interponga en la planificación y la libre disposición empresaria.

Álvaro Ruiz

Fonte: El Destape
Data original da publicação: 27/09/2021

Este es un tiempo propicio para indagar acerca del nivel de singularidad que ofrecen los fenómenos que hoy se presentan como “novedosos” en el mundo del trabajo, analizar cuánto puedan significar efectivamente “nuevos” desafíos o, por el contrario, sin restarle importancia a su incidencia y peculiaridad, establecer cuánto tienen de común con cuestiones que tradicionalmente han tenido que enfrentar los sindicatos y las personas que trabajan y se agrupan en defensa de sus derechos.

Mostrando lo viejo como nuevo

Se suele admitir, acríticamente, la Agenda que nos proponen las usinas del pensamiento Neoliberal o las demandas empresariales alimentadas por la dogmática elaborada por aquéllas.

Es razonable advertir, que la financiarización de la Economía con lo que implica en orden a la nueva matriz de acumulación Capitalista, amplificada y favorecida por la Globalización, importan cambios relevantes a la par de procesos de producción en permanente transformación por obra de la robótica, las plataformas digitales, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC).

Otro tanto corresponde reconocer en lo que respecta a los modos de organizar, dirigir y distribuir el trabajo, con impacto en los sistemas productivos y en las decisiones corporativas en cuanto a las descentralizaciones operativas y las deslocalizaciones en búsqueda de maximizar las ganancias, disminuir presiones tributarias y encontrar marcos normativos laborales más flexibles. 

Esos fenómenos y comportamientos poseen cierto grado de singularidad, pero lucen más a renovadas manifestaciones de tradicionales características del Capitalismo Liberal y Neoliberal, que a aspectos “novedosos”, que se nos presentan como presupuestos de inexorables cambios flexibilizadores y de restricciones al accionar sindical, que los “nuevos tiempos” impondrían para ajustarse a una realidad que condiciona al que imaginan como “el trabajo del futuro”.

El sindicalismo constituye desde sus inicios un “hecho maldito” para el empresariado y especialmente para las grandes Corporaciones, combatido primero mediante prohibiciones y criminalizaciones explícitas, tolerado luego por fuerza de las circunstancias -forjadas al calor de las luchas obreras- y reconocido finalmente en el marco de los Estados Sociales de Derecho y del Constitucionalismo Social que fue instalándose desde 1917, en el caso de Méjico, y desde mediados del siglo XX en el resto de Latinoamérica.

No se trató ni se trata de un proceso lineal, sino de un continuo de marchas y contramarchas reiteradas, que hoy vemos que se recrudece en términos de grandes retrocesos que abarcan todos los estadios anteriormente descriptos.

Aun en los países que han podido sostener o recuperar estándares avanzados en la evolución sindical, se advierten conductas empresariales claramente antisindicales que pueden adoptar diversas formas. Negando espacios de diálogo y negociación, rehusando toda participación gremial democratizadora de las Relaciones Laborales (RRLL), generando obstáculos para la agremiación y para la acción sindical, intentando la cooptación de representantes gremiales o de sindicatos.

La situación ideal para el empresariado es que no haya sindicato y si ello no es posible, considerado como un mal inevitable, que se mantenga lo más distante de cualquier intervención que se interponga en la planificación y la libre disposición empresaria.

Entonces, una primera conclusión que podemos extraer, es que existen fenómenos nuevos que atender, pero no son novedosos en cuanto respecta al modo en que es interpelado el colectivo laboral y su representación gremial: el sindicato.

La premisa neoliberal sigue siendo que la fuerza laboral debe adaptarse a los cambios impuestos en los modos de producir, de organizar el trabajo y de la división internacional de las cadenas de valor resultantes de la globalización. Por tanto, desde esa perspectiva los sindicatos deben cumplir la misión de pacificar las relaciones laborales, aceptando restringir los ámbitos de concertación colectiva y tolerando la individuación de las negociaciones para favorecer esa adaptación y permitir mejoras “meritocráticas” pero no de conjunto.

Inequidades preexistentes que la pandemia acentuó

Las diversas asimetrías que son inherentes a las RRLL y que, precisamente, corresponde a las leyes laborales compensar en alguna medida dotando de tutelas especiales a las personas que trabajan, no desaparecieron en el siglo XXI, sino que se potenciaron por el desempleo y una informalidad laboral que se fue cristalizando de los modos más variados restándole, a su vez, densidad al universo de representación sindical.

El decrecimiento de la Negociación Colectiva en cuanto a la calidad y variedad de sus contenidos, una sensible reducción de la actividad gremial y la fragmentación del Movimiento Obrero, uno de cuyos emergentes es la ausencia de una conducción unificada a nivel Central; encuentran como contrapartida, una mayor concentración del Capital con el proceso de globalización y, a su vez, una creciente descentralización de las corporaciones empresarias a través de mecanismos de externalización, tercerización y segmentación mediante empresas controladas o subordinadas a una conducción centralizada.

Cuestiones todas las antes señaladas que fueron potenciadas por la pandemia, que las hizo más visibles y que generó una crisis mundial desde fines de 2019 incrementando la destrucción de puestos de trabajo como la desaparición de empresas, especialmente aquellas (pequeñas y medianas) con mayor capacidad de crear empleos.

Otra de las evidencias que se advierten, es que el sindicalismo atraviesa una etapa de debilitamiento, que se expresa en su deteriorada imagen en la sociedad como ante las y los trabajadores que constituyen los gremios, en la disminución de las tasas de sindicalización, en la acotada participación de mujeres y jóvenes en las organizaciones gremiales -particularmente, en cargos de conducción-, en disputas intersindicales que ocupan más a la dirigencia de lo que preocupan a sus bases y otras tantas al interior de los sindicatos.

Se verifican cambios que, fuera de lo discursivo, relativizan seriamente antiguas conceptualizaciones “internacionalistas” y de “solidaridad obrera” que se enunciaban en los inicios del sindicalismo, alteradas por diversos factores: 1. La noción de “clase” como concepción totalizadora, que hoy no se advierte tan claramente ni es así autopercibida por una porción importante de trabajadoras y trabajadores. 2. La existencia de intereses diferentes y hasta contrapuestos entre el sindicalismo de los países centrales, tributarios -directa o indirectamente- de las prácticas imperialistas, con el sindicalismo de los países periféricos. 3. Las falencias representativas que exhiben las Confederaciones Sindicales Internacionales y también, aunque en menor medida, los Sindicatos Globales.

Sin embargo, la organización de los trabajadores es indispensable para el progreso social con equidad. De allí, que siga vigente el sindicalismo en tanto herramienta fundamental para la defensa y el avance en materia de derechos sociales, al igual que se tienda a confluir en un modelo de organización que brinde mayor poder por la concentración de la representación y en la acción, que a su vez haga posible una diversificación de la negociación colectiva que lo revalide como sujeto irreemplazable en un sistema equilibrado de relaciones laborales.

Un anuncio esperado

Los mandatos sindicales vencidos fueron prorrogados en razón de la pandemia, que en el año 2020 impidieron la celebración de Asambleas y Congresos, la designación de autoridades electorales y la realización de comicios para la renovación de las comisiones directivas, que también alcanzó a la Confederación General del Trabajo (CGT).

Esa situación se modificó en 2021, cuando el Ministerio de Trabajo dispuso un plazo (entre septiembre de este año y mayo de 2022) para que las organizaciones que registren mandatos vencidos convoquen a elecciones.

En lo que respecta a la CGT, el 11 de noviembre fue la fecha fijada para el Congreso que deberá elegir una nueva conducción. Como paso previo, el 22 de septiembre se reunió el Comité Central Confederal (CCC) con la asistencia de delegados de 138 asociaciones sindicales que se nuclean en esa Central, en el que se trataron modificaciones estatutarias entre las cuales, como un signo de época, se postuló el establecimiento de la paridad de género.

Al concluir la reunión, el CCC difundió una Declaración con el título “Unidad del Movimiento Obrero para transformar la realidad social y resistir los ataques al Modelo Sindical”, que contiene una serie de relevantes definiciones que dan cuenta de una suerte de incipiente formulación programática.

Allí se expresa que la Unidad no es un valor en sí mismo, sino la mayor expresión de fortaleza que debemos ofrecerle a los trabajadores; sosteniendo, que es necesario más que nunca demostrar con la unidad del movimiento obrero que podemos oponernos a los viejos anhelos de los poderosos. Identificando claramente las pretensiones objeto de su total rechazo, al señalar que la legislación social y laboral no son un conjunto de leyes marchitas: son el corazón de la justicia social y son esencialmente el pacto fundante de una sociedad justa e igualitaria.

Con claridad se señalaron a los antagonistas de las aspiraciones populares y de los trabajadores, destacando que nunca descansan: cuando alcanzan el gobierno por la fuerza o por los votos, siempre buscan atomizar el Modelo Sindical, fragmentar la negociación Colectiva y desfinanciar a la Seguridad Social. Hoy agazapados en la oposición, no dudan en proponerle a los ciudadanos una reforma laboral, la eliminación de la indemnización por despido y la negociación individual de condiciones laborales. Han perdido la vergüenza y los temores al repudio social.

Renovadas expectativas

Concluye el comunicado antes citado, diciendo: “Vamos al Congreso Nacional de los trabajadores a buscar la Unidad que nos de las herramientas para garantizar la plena vigencia de toda la legislación sindical y laboral”.

Encontrar una fórmula para la nueva conducción que pueda resultar una síntesis de las distintas corrientes que confluyen en la CGT, no parece sencillo; menos aún, que sea posible en lo inmediato esperar nuevas incorporaciones de sindicatos alineados o no alineados en otras Centrales ni la fusión de éstas con aquélla.

Sin embargo, sí podría ser más factible lograr algún grado de unificación hacia dentro y hacia afuera de la CGT en función de un Programa común consensuado, que determine políticas en defensa de los derechos laborales y promueva su ampliación frente a las acechanzas que devienen de proyectos flexibilizadores claramente regresivos, como los que impulsan la eliminación de las indemnizaciones por despido injustificado.

La Declaración emitida desde la CGT luego de la reunión del Comité Central Confederal genera razonables expectativas en esa dirección, estando a lo categórico de los pronunciamientos sobre temas nodales concernientes a las relaciones laborales, al rol de los sindicatos, al Modelo de país deseado y a la caracterización de los enemigos que se enfrentan como de los peligros que representan en función de las experiencias acumuladas por el Movimiento Obrero. 

Álvaro Ruiz é advogado trabalhista com experiência na assessoria de sindicatos.

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