Tal vez en procura de ampliar las posibilidades de participación de jóvenes, sería factible establecer un cupo razonable en los Consejos Directivos u Órganos de conducción de las asociaciones sindicales.
Álvaro Ruiz
Fonte: El Destape
Data original da publicação: 04/10/2021
Uno de los cuestionamientos más frecuentes dirigidos a los sindicatos apunta a la escasa renovación de sus conducciones, que es en realidad una mirada sesgada -y estigmatizante- que no se condice con la aceptación acrítica de situaciones similares que se advierten en otras muchas organizaciones de la sociedad civil y, particularmente, aún con alternancias amañadas en las Cámaras y Federaciones empresariales. Advertir ese doble rasero, igualmente, no importa desatender esa situación ni restarle relevancia a la formación de nuevos cuadros dirigentes que vayan incorporándose a la vida gremial y habiliten la continuidad de programas de acción con las necesarias adaptaciones a los cambios que ofrezca la realidad política, social y laboral.
Juventud: incógnita a develar
Cuando se hace referencia a los jóvenes, una primera impresión nos lleva a pensar en una concepción unívoca y virtualmente universal, pero a poco que ahondemos en la delimitación de ese sector de la población comenzaremos a advertir la existencia de una serie de variables que pueden dificultar su determinación.
Una, por cierto, es el tiempo histórico en el cual nos situemos. Otras, insoslayables, tienen que ver con los países y al interior de los mismos con las diferencias regionales; con las singularidades culturales y respectivas idiosincrasias; a la par que con los elementos socioeconómicos que sean objeto de ponderación, que impactan en los factores existenciales e influyen para trazar una línea etaria común. Y, claro está, con los aspectos biológicos que, aunque a simple vista demarquen fronteras vitales, no son por sí mismos absolutamente determinantes y, menos todavía, desplazan a los antes aludidos.
A los fines de esta nota habré de reducir el campo de análisis, ciñéndome a la Argentina en las últimas siete décadas para llegar a estos días y, por cierto, con un grado alto de relativismo sin la pretensión de enunciar afirmaciones categóricas.
Desde mediados del siglo XX hasta promediar los años 60’ la adolescencia llegaba hasta los 16 y la juventud a los 25, desde entonces hasta los 80’ esos márgenes fueron corriéndose y jóvenes eran considerados quienes tenían menos de 30 años. En las décadas siguientes hasta el presente, los límites entre las distintas etapas de la vida (incluyendo la niñez, la adultez y la vejez) fueron difuminándose y su definición quedó más sujeta a parámetros diversos según la perspectiva desde la cual se hiciera el abordaje.
En el sentido que se viene proponiendo, entonces, podría decirse que en la actualidad serían considerados como formando parte de la juventud las personas hasta los 32 o, como máximo, 35 años de edad.
Política y juventud
La política es un ámbito en el cual la juventud alcanzó protagonismos importantes, aunque ello no siempre se ha mantenido en tanto el desinterés, la apatía o una inclinación por la “apoliticidad” ganaran espacios relevantes que la alejaban de la adopción de conductas activas en ese campo.
Esos contrastes se muestran nítidos, por ejemplo, al cotejar la participación juvenil entre mediados de los años 60’ y principios de los 80’ con la verificada entre los años 90’ y la primera década de este siglo, registrándose luego una nueva etapa de acercamiento masivo a la política con un incremento notable de la militancia.
La presencia de jóvenes en ámbitos partidarios, incluso conformando agrupaciones que los identificaban dentro de las fuerzas políticas, también se verificó en organizaciones sociales de diverso tipo y en el activismo estudiantil.
Ese fenómeno produjo el consecuente surgimiento de referentes de esa franja etaria, que paulatinamente ocuparon lugares de representación formal, cargos institucionales y roles destacados entre la dirigencia favoreciendo su renovación.
Un entusiasmo participativo que, sin embargo, no se replicó de similar modo en el orden gremial ni se tradujo en igual medida en la incorporación efectiva a las respectivas estructuras corporativas.
¿Apego o rechazo al sindicalismo?
Un dato de especial consideración es que cerca de un 70% de los cinco millones de nuevos puestos de trabajo generados entre el 2004 y el 2012 correspondió a empleo joven, con un elevado nivel de trabajo registrado -más del 80%- y, consecuentemente, en la práctica sindicalizable.
Otro, es la prevaleciente militancia de las y los jóvenes trabajadores en organizaciones políticas o territoriales de diversa índole, como alternativa excluyente de la gremial que teóricamente se presentaba como la natural -y más inmediata- para canalizar sus inquietudes participativas.
Si bien no puede dejar de evaluarse la incidencia del menoscabo que en el imaginario social representa al sindicalismo, tampoco puede prescindirse de que ello no pareciera impactar de ese modo para las personas que trabajan y que advierten que el sindicato es fundamental para el afianzamiento de sus derechos como para la defensa colectiva frente al empresariado.
Sobre esto último es significativa la tasa de afiliación (del orden del 35%) que se registra en Argentina, sustancialmente superior a las de los países latinoamericanos y que duplica el promedio de la que exhiben los sindicatos europeos.
Esos contrastes son significativos, denotando la complejidad que supone su explicación e interpretación, que impone desestimar simplificaciones a la par que minimizar los efectos de la falta de captación del interés participativo juvenil o de la inexistencia de propuestas movilizantes con tal propósito.
Muchos son los factores que operan para determinar inclinaciones dispares, a la hora de decidir un ámbito para participar o militar, pero la indagación al respecto es escasa y no se advierte una preocupación en ese sentido en las organizaciones sindicales.
Causas, consecuencias y responsabilidades
Todo parece indicar que esos comportamientos responden a diferentes patrones de conducta, que reconocen una multicausalidad que torna más difícil su discernimiento, como a una dinámica que es determinada por la velocidad de los cambios que se generan en la sociedad en su conjunto influida, claramente, por los medios y redes de comunicación social.
Sin soslayar esas caracterizaciones, tampoco puede dejar de advertirse que cuando la política volvió a “enamorar” a la juventud no ocurrió lo mismo con lo sindical. En paralelo, las posibilidades de participación que se abrieron con proyecciones reales hacia una integración como dirigentes, también mostró diferencias apreciables.
El relevamiento precedente da cuenta de otro factor significativo, en tanto la incorporación de perspectivas, preocupaciones y demandas juveniles posee una estrecha vinculación con el grado y caudal participativo que alcance la juventud en las organizaciones a las que se integre.
En materia laboral, se advierte cierto nivel de desconexión entre las conducciones sindicales con los pareceres de las y los jóvenes trabajadores, que sólo en alguna medida es compensada por las comisiones internas en las que existe una mayor cuota juvenil en su conformación. Aunque esto por sí solo no asegura un resultado semejante, porque la interrelación de esas representaciones de base no siempre es fluida o suficiente con la dirección gremial centralizada.
Esa situación se constata, particularmente, en cuanto a la receptividad de las nuevas formas de organizar el trabajo con la creciente implementación de sistemas que se valen de los avances tecnológicos en la industria, el comercio y los servicios.
En especial, por los efectos flexibilizadores que producen alterando las condiciones de trabajo, poniendo en jaque antiguas conquistas del movimiento obrero que en muchos casos es necesario replantear en clave de época, introduciendo figuras o modalidades precarizantes que se proyectan en la calidad de vida de las personas que trabajan, pero que también responden a concepciones tradicionales e ideales que son puestos en crisis y es preciso revalidar.
Una mayor atención de parte de la dirigencia sindical a estos fenómenos, un relevamiento adecuado del modo en que se desarrolla la acción gremial al interior de las organizaciones y en la esfera externa -tanto en la negociación colectiva como en el conflicto-, un interés genuino por concitar el activismo juvenil y por evaluar si una parte creciente de esa población laboral va quedando fuera del sistema de representación colectiva, se exhiben como exigencias que no deberían postergarse en procura de un fortalecimiento y una lógica renovación sindical.
¿De los jóvenes es el futuro?
Partiendo de una información poco sistematizada, bastante retaceada y que no se nutre de investigaciones específicas que echen mucha luz sobre el tema, igualmente distintas fuentes permiten estimar muy reducida la integración de jóvenes en los cuerpos directivos de las asociaciones sindicales, que no excede del 10% a un 12%, resultando menor todavía en lo que respecta al desempeño de cargos principales en los órganos de conducción y excepcional en la Secretaría General.
Esa marcada ausencia, como la contracara que resulta de que los miembros de las Comisiones Directivas en promedio superen los 50 años y los 60 o 70 años una buena parte de los secretarios generales, está dando cuenta de las dificultades crecientes para una mejor y más genuina identificación con el colectivo que conducen, como de las demandas y concepciones de sus representados que deben orientar los programas de acción de los sindicatos.
Plantearse que el futuro es de los jóvenes implica una contradicción insuperable en la cuestión que venimos analizando, porque en ese impreciso “futuro” ya no serán jóvenes ni podrán hacer los aportes y vehiculizar las inquietudes que son inherentes a esa etapa de la vida, ni tampoco generar la imprescindible oxigenación y remozamiento de las estructuras gremiales sin desmedro del Modelo Sindical vigente.
Tal vez en procura de ampliar las posibilidades de participación de jóvenes, más allá de los mecanismos propios de la autonomía colectica que pudieran utilizarse y sin representar un menoscabo a esa expresión de la libertad sindical, en forma similar a lo que desde el Estado se promovió para sectores o grupos postergados en cuanto a equidad e igualdad de oportunidades, sería factible establecer un cupo razonable en los Consejos Directivos u Órganos de conducción de las asociaciones sindicales.
Teniendo en cuenta la pronta realización del Congreso que deberá elegir a las nuevas autoridades de la Confederación General del Trabajo, convocado para este 11 de noviembre, y lo emblemática que resulta esa Central para el Movimiento Obrero en su conjunto, sería una buena oportunidad para dar señales en ese sentido y promover acciones ciertas con el objeto de ampliar la participación como el activismo sindical juvenil.
Álvaro Ruiz é advogado trabalhista com experiência na assessoria de sindicatos.