Hay que preguntarse si el trabajo estará al servicio del bienestar de los y las que trabajan o seguirá bajo la lógica de un capitalismo en el que cada vez la frazada es más corta.
Paula Giménez y Matías Caciabue
Fonte: CLAE
Data original da publicação: 18/06/2021
Recientemente trascendió la noticia de que el gigante tecnológico Google suspendió a un ingeniero de su planta tras revelar que una Inteligencia Artificial tiene vida propia. “Es sensible”, afirmó Blake Lemoine, en referencia al chatbot LaMDA, acrónimo de Modelo de Lenguaje para Aplicaciones de Diálogo (El Destape, 13/06/2022).
Rápidamente acuden a nuestra imaginación películas y series que cuentan acerca de un futuro distópico, donde una especie de “dictadura cyborg” domina la tierra. No nos interesa aquí filosofar acerca del límite entre lo posible y lo imposible, sino más bien problematizar acerca de las características de esta transformación tecnológica, que es objetiva, material y pretende aparecer como irreversible.
Desde el Foro Económico Mundial, que año a año se reúne en Davos, vaticinan los escenarios de un futuro que interpela la imaginación del mejor cineasta. En los últimos tiempos este Foro, donde una nueva aristocracia financiera y tecnológica resuelve una serie de objetivos estratégicos que luego se operacionalizan e imponen como decisiones políticas para toda la humanidad, viene proponiendo el “Gran Reseteo”, una iniciativa que llama a dar forma a una recuperación económica y a la futura dirección de las relaciones globales en nombre de una supuesta prosperidad de todos.
La guerra, la pandemia y la destrucción del planeta asedian al mundo como si fueran las Plagas de Egipto. La diferencia es que esto no se trata de un relato bíblico, sino que son obras de un capitalismo insaciable que, lejos de todo lo que vociferan los libertarios, se muestra como un sistema incapaz de garantizar la continuidad de la vida humana. La ONG Red de Huella Global anunció que el próximo 28 de julio será el “Día del Sobregiro de la Tierra de 2022”, y marca la fecha en que la humanidad utilizará todos los recursos biológicos que la Tierra regenera durante todo un año calendario.
A eso se agrega una inflación mundial descontrolada, una economía que no crece, un aumento descomunal del precio de los alimentos y la energía, que realmente hacen pensar que el escenario futuro es catastrófico. Será la extensión de un presente que ya lo es.
Un simple ejemplo basta para dimensionar la escala del asunto: Andrew Bailey, el gobernador del Banco de Inglaterra -cuna histórica del capitalismo- pidió disculpas a los parlamentarios británicos y anunció “apocalípticos aumentos de precios de los alimentos a nivel mundial”, que van a generar “una hambruna global” (Clarín, 17/05/2022).
En economía política es sabido que, dentro del capitalismo, un mayor desarrollo de la ciencia y la tecnología, produce una prescindencia mayor de la mano de obra, ensanchando la brecha entre una clase trabajadora calificada, a la que los estrategas del marketing llaman “colaboradores” y tientan con salarios en dólares, y un ejército de trabajadores con “saberes obsoletos” condenados a la precariedad, conformando, como remanente, una “clase inútil” que se traduce en un aumento de la desocupación y la pobreza a escala global.
Los CEO´s del mundo lo saben muy bien. Elon Musk ya hablaba del tema en 2017, cuando en la Cumbre Mundial de Gobierno sostuvo que “cada vez habrá menos trabajos que un robot no pueda hacer”, por lo que “surgirán nuevos empleos en los que sea fundamental combinar la inteligencia humana con la inteligencia artificial para que se potencien. Habrá que implementar algún programa frente al “desempleo masivo” (Forbes, 26/08/2021).
También Barak Obama, ex presidente demócrata de EEUU, en su participación en el Digital Entreprise Show (DES 2022) explicó que, indudablemente, la automatización “va a reducir el número de empleos que realizan tareas repetitivas. Lo que necesitamos es reimaginar cómo se distribuye el trabajo, puede que tengamos menos empleos que antes. Debemos tener esta conversación ahora para que cuando llegue toda esta revolución estemos preparados. No estamos anticipando lo rápido que están viniendo estos cambios. Debemos plantearnos ya la jornada de cuatro días por la llegada de la inteligencia artificial” (El Español, 14/06/2022).
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirma que tenemos una población mundial de 8000 millones de personas, donde la fuerza de trabajo que se encuentra ocupada hoy es de 3.300 millones de personas, de las cuales 2.000 millones cuentan con trabajos informales y apenas 1.300 millones con trabajos formales, con Derechos garantizados. Es decir, el trabajo “digno” sólo emplea al 41% de la población económicamente activa a nivel mundial.
En cuanto a las proyecciones para 2022, también la OIT, en su informe “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo 2022”, prevé un aumento récord de desocupados, después de dos años de crisis pandémica, observando “daños potencialmente duraderos en el mercado de trabajo”, aumentando la población obrera sobrante (OIT, 17/01/2022).
El Instituto McKinsey publicó en un informe que un 5% adicional de trabajadores se agregará al 22% de la población que ya era vulnerable antes de la Pandemia de Covid-19. El Informe, estima que cerca de ocho millones de personas podrían ser desplazados de sus trabajos por este proceso de automatización y digitalización para el 2030, es decir, dentro de 8 años.
Esto nos deja ver dos cuestiones fundamentales. Por un lado, que producimos igual o más en menos horas de trabajo formal. Por el otro, surge de manera inevitable un cuestionamiento acerca de qué ocurre con el tiempo de ocio, o el “tiempo disponible” que se libera en los días y las horas que “no se trabaja”, dado que los límites entre nuestro tiempo de trabajo y nuestro tiempo de ocio se desdibujan con la irrupción masiva de la virtualidad.
En este tiempo de claroscuros, los grandes avances de estas “nuevas fábricas” -las plataformas digitales a las que accedemos desde nuestros dispositivos móviles- generan condiciones extraordinarias de producción y apropiación de riquezas basadas en el tiempo (no pago) que dedicamos frente a nuestras múltiples pantallas, posibilitando un lucro excepcional y una capacidad de moldear los comportamientos de la humanidad de una manera cada vez más sofisticada.
¿La reducción de la jornada y el salario básico universal como salida?
La reducción de la jornada laboral y el salario básico universal, son, para las élites económicas dominantes, salidas elegantes del atolladero civilizatorio donde han puesto al conjunto de la humanidad luego de haber trasnacionalizado y digitalizado los mecanismos de extracción de plusvalía. Proyectos de ley que intentan regularlos, rondan los parlamentos del mundo para ser debatidos e incorporados, con matices, a la política de Estado de sus países.
En Inglaterra recientemente se supo de una prueba piloto en 60 empresas, que redujeron su jornada laboral a 4 días a la semana. Ya se han registrado también casos en Islandia, Japón y Suecia. Argentina no es la excepción, existen proyectos de ley circulando en la Cámara de Diputados para ambos temas.
Dichas iniciativas se configuran como paliativo a este nudo gordiano que, por lejos, las trasciende. Creemos que el interrogante que se abre debe ser acompañado por una profunda discusión sobre el régimen de propiedad de los sectores estratégicos de la economía contemporánea, y cómo los sectores económicos “intensivos en conocimiento” se apropian de riquezas que la humanidad toda produce en la digitalización y virtualización de la vida económica, política y social.
La disputa por el tiempo disponible
Con todo esto cabe preguntarnos: ¿Ya no disponemos ni siquiera de nuestro tiempo de ocio?, ¿Hay una apropiación aún mayor del tiempo disponible social? Si ya el tiempo de trabajo necesario para que este sistema funcione se reduce al mínimo, porque la tecnología hace por nosotros lo que antes solo era posible por la acción humana, ¿quién se apropia de ese tiempo disponible que la humanidad en su conjunto ha liberado por la revolución tecnológica en curso?
Más allá del dilema ético sobre los grados de humanización que pueda adquirir la Inteligencia Artificial, el problema es que, a pesar de que la automatización de los procesos productivos llegue a límites impensados, los seres humanos seguimos siendo los únicos capaces de producir riqueza.
Es el trabajo social, en su acepción más amplia, la actividad creadora que posibilita el mismo desarrollo científico y tecnológico. Hay que preguntarse, entonces, si estará al servicio del bienestar de los y las que trabajan o seguirá bajo la lógica de un capitalismo en el que cada vez la frazada es más corta.
Paula Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Matías Caciabue es licenciado en Ciencia Política y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional, UNDEF en Argentina.