Perspectiva jurídica de la crisis económica de 2008

Alain Supiot

Fonte: Revista Internacional del Trabajo, v. 129, n. 2, 2010.

Resumo: La implosión que sufrieron los mercados financieros en 2008 fue síntoma de la crisis subyacente que padecen el derecho y las instituciones debido a la utopía neoliberal de un «mercado total», omnipresente. Se trata de la despolitización «científica» de la economía y la conversión plena en mercancías del trabajo, la tierra, el dinero y el derecho, pues la competencia llega hasta la elección del ordenamiento jurídico más complaciente («law shopping»). Los mercados financieros fueron los primeros en desplomarse – al ser los que más se desreglamentaron –, y los contribuyentes están pagando ahora la factura. Hasta los mercados de recursos naturales y de «recursos humanos» están amenazados. El autor aboga por un retorno al espíritu de la Declaración de Filadelfia de 1944 y por el restablecimiento del imperio de la ley a fin de acabar con la subordinación de la humanidad a la eficiencia económica.

Sumário: Los pilares institucionales de los mercados | El advenimiento del «mercado total» | La ley que me conviene (law shopping) frente al imperio de la ley | Conclusiones | Notas | Bibliografía citada

La implosión de los mercados financieros sobrevenida en el otoño de 2008 no es más que el síntoma de una crisis más profunda, que es en lo fundamental una crisis del derecho y de las instituciones. Para poder funcionar correctamente, los mercados deben inscribirse en un mundo institucional de tres dimensiones, en el que las relaciones entre los agentes económicos estén bajo la égida de una tercera instancia, garante de la lealtad de sus intercambios y de la perdurabilidad de la vida humana. Para entenderlo basta con acercarse a la plaza de un mercado medieval, por ejemplo, la Marktplatz de Bruselas, cuya belleza arquitectónica exalta su significación institucional. En torno a esta plaza se encuentran las sedes de las instituciones de las que dependía el buen funcionamiento del mercado: el ayuntamiento, en donde se reunía la autoridad municipal garante de la regularidad de los intercambios (control de los pesos y las medidas); las casas de diferentes oficios (carniceros, panaderos, cerveceros, etcétera) en donde se reunían las cofradías garantes de las normas y la calidad del trabajo, sin las cuales no habría riquezas que intercambiar. Estos edificios, además, fijaban los límites del espacio mercantil. Quien salía de él, por ejemplo, para ir al palacio de justicia o al palacio real, se encontraba sometido a reglas diferentes de las del mercado. Pues si las leyes del mercado rigiesen también a los jueces o a los dirigentes políticos, sus decisiones estarían en venta, la Ciudad estaría corrompida y los comerciantes honrados ya no podrían trabajar libremente en ella. Este desmantelamiento de las bases institucionales de los mercados es lo que la doctrina ultraliberal lleva promoviendo desde hace más de treinta años. En pos de la utopía de un mercado sin límites, ha obrado por el allanamiento de la tierra, para que surja un mundo plano en el que los lazos entre los hombres y las propias leyes se puedan tratar como productos (Friedman, 2006). La crisis sin precedentes que estalló en 2008 da una idea de las catástrofes engendradas por esa utopía y nos mueve a restablecer el imperio de la ley en lugar de promover el mercado de la ley, es decir, del derecho («law shopping»).

Los pilares institucionales de los mercados

Los mercados modernos ya no poseen la unidad geográfica y arquitectónica de las ferias medievales, pero su funcionamiento sigue sujeto a las mismas condiciones institucionales. Sólo puede concertarse un verdadero contrato si las partes a que obliga están bajo la égida de un garante del respeto de la palabra empeñada (los dioses, el Rey, el Estado, etcétera). A falta de este garante, el contrato no tiene más valor que la ley del más fuerte. Del mismo modo, el derecho de propiedad no es una relación binaria entre un hombre y una cosa, pues su ejercicio también requiere de la existencia de un tercero que garantice que todos respeten la propiedad de cada cual (Macfarlane, 1998). Cuando no se da esta condición – si, por ejemplo, el Estado falla o está corrompido –, deja de sostenerse la ficción de un vínculo que une una cosa a una persona y a una sola. Vuelven entonces al primer plano los lazos de dependencia entre los seres humanos: los débiles tienen que someterse a los fuertes para que no los maten ni los despojen de sus escasas posesiones.

Dicho de otro modo, los mercados se fundan en bases institucionales que se han minado metódicamente durante treinta años de liberalismo a ultranza, desregulando los mercados financieros y haciendo que compitan la legislación sociolaboral con la medioambiental. Era previsible, desde el mero punto de vista jurídico, que los mercados financieros, cuya liberalización era la más completa, fueran los primeros en desplomarse. Su implosión era igualmente previsible desde el punto de vista económico y la habían vaticinado hace mucho tiempo algunos economistas que no publican en las revistas económicas con comité de lectura y a los que nadie piensa nunca en conceder el premio atribuido todos los años «en memoria de Alfredo Nobel».

La economía de mercado es mucho más antigua que el capitalismo. Lo propio de éste es hacer del mercado un principio general de ordenamiento de la vida económica. Ahora bien, para ello hay que tratar la tierra, el trabajo y la moneda como si fuesen mercancías, lo cual no es, desde luego, el caso (Polanyi, 1944, págs. 71-80). La economía de mercado se basa, por tanto, en ficciones jurídicas. Ahora bien, las ficciones jurídicas no son ficciones novelescas: sólo son «sostenibles» a condición de que sean humanamente vivibles. Sin un derecho del medio ambiente que salvaguarde eficazmente los recursos naturales, no podremos actuar durante mucho tiempo como si la naturaleza fuese una mercancía. Sin un derecho sociolaboral que proteja efectivamente a los «recursos humanos», no se podría asegurar la perennidad de los mercados de trabajo. Al proclamar que «el trabajo no es una mercancía» y abogar por la extensión de las medidas de seguridad social con miras a «garantizar ingresos básicos a quienes los necesiten y prestar asistencia médica completa», la Declaración de Filadelfia comprometía a los Estados a dotarse de un derecho del trabajo y de la seguridad social que garantizara la seguridad física y económica de los asalariados y de sus familias, es decir, a sentar los pilares jurídicos indispensables para el funcionamiento perdurable de los mercados de trabajo de generación en generación (véase Supiot, 2000).

Esos pilares fueron colocados en el plano nacional y han sido desmantelados gradualmente a medida que avanzaba la globalización. Lo mismo sucede con los mercados monetarios, cuya desregulación se ha llevado a cabo de manera sistemática y cuyos efectos devastadores sólo ahora empezamos a sentir. Privadas de esos pilares, las normas del libre cambio pierden su anclaje en la diversidad de las poblaciones, los territorios y los productos. Podemos seguir durante cierto tiempo actuando como si el trabajo, la tierra o la moneda existiesen con independencia de los trabajadores, los medios naturales o la economía real, pero esas ficciones acaban forzosamente por derrumbarse, alcanzadas por el principio de realidad. Contrariamente a la fe ingenua de quienes adoran al mercado, el desmantelamiento de los derechos nacionales no permite en modo alguno que surja «el orden espontáneo del mercado», sino que se limita a socavar los cimientos institucionales de los mercados, pues no existe una economía de mercado, sino una diversidad de dispositivos jurídicos que instituyen diferentes tipos de mercado: diferentes por la índole de los productos y servicios intercambiados, y, asimismo, por las historias y las culturas jurídicas respectivas.

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Alain Supiot es residente permanente y director del Instituto de Estudios Avanzados de Nantes; sitio en Internet: www.iea-nantes.fr. El presente artículo recoge algunos de los análisis expuestos en una obra reciente del propio Supiot (2010).

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